Os invito a leer el nuevo artículo de Irene Villa, dónde justifica el maltrato infantil como método educativo, para conseguir que lxs hijxs no se conviertan en futuras personas maltratadoras. No le falta lógica, ¿verdad?
«Alucinante me pareció el revuelo mediático y social que causó la decisión del juez de absolver a una madre acusada de maltrato por su hijo, ¡de 10 años!, por un bofetón. Si bien no siempre es necesario, ¡hay niños que los piden a gritos!».
Ahora hagamos un ejercicio: cambiemos «madre» por «marido», «su hijo» por «su mujer» y «10 años» por cualquier cifra de edad adulta. A nadie se le ocurriría escribir eso y que pase desapercibido, ¿verdad? Vivimos en una sociedad machista y patriarcal, pero un comentario así sobre una mujer, sería condenado socialmente. Esto demuestra lo poco hemos avanzado en cuanto al adultocentrismo.
Lo peor de todo es que la frase «nadie se traumatiza por un cachete» no sólo aparece en un periódico facha de boca de una aislada psicóloga que podría dedicarse al esquí paralímpico y dejar de hablar de educación. Sale de la boca de madres, padres, abuelos, tías y otros familiares cuando hablan de crianza. De conversaciones sobre educación en bares o parques cualquiera. De millones de supuestas personas profesionales de la psicología, pedagogía y educación. De testimonios de personas que hablan de su infancia y creen que haber sido maltratados no les ha traumatizado y no se dan cuenta de que no hay peor trauma que normalizar el maltrato y perpetuarlo.
Querida Irene Villa, el «compromiso y la responsabilidad» no se aprenden a base de cachetes ni bofetones. Se aprenden acompañando siempre, en la alegría y el juego, pero también en la rabia y el miedo. Se aprenden educando desde el amor y la empatía. Desde la libertad y la autonomía, pero no la ausencia. Desde los límites y la autoridad natural, pero no la violencia.
La libertad en abstracto no existe. Educar en el respeto y en la libertad, no significa que todo esté permitido o sea sano. En el primer año de vida, evidentemente no hay límites, se trata de satisfacer las necesidades y demandas del bebé. Ni cogerlo cada vez que llore, ni darle pecho a demanda, ni hacer colecho, ni darle «demasiados mimos» va a repercutir en que se conviertan en niñxs dependientes, sino al contrario, necesitan esa base segura y confianza para poder soltarse cuando llegue su momento. No sé a quién se le ocurrió pensar que criar a niñxs con miedos e inseguridades podría hacerles más fuertes.
A partir del primer año de vida, comienzan a ser necesarios algunos límites. Existen límites de peligro, sociales, personales, del sistema… aunque los únicos estrictamente necesarios deberían ser los de peligro, es decir, aquellas acciones que ponen en peligro la vida del niño o niña o de quién está a su alrededor. Ahora bien, el peligro no solamente es el evidente: una olla de agua hirviendo al lado de un niño o una niña subida a una escalera que se tambalea. El uso excesivo de las redes sociales en un adolescente, por ejemplo, también es un peligro. No se trata de que seamos dictadores, pero tampoco somos sus colegas.
Después de un largo tiempo tratando de buscar la manera de estructurar los límites, bajo mi punto de vista, tal como nombran Jordi Martínez e Imma Serrano (ES.TE.R), dentro del mundo de los límites, nos encontramos con dos tipologías: los límites envolventes y los proyectivos. Los envolventes son aquellos que nos conectan, los que consiguen que se dé una autoridad natural, en la que la persona adulta y el niño o niña están en un mismo plano, pero con funciones distintas, por lo que no suele haber reactividad, sino respeto, confianza y escucha. Los límites proyectivos, en cambio, nos conectan con nuestra coraza, con nuestro carácter. A veces, es cierto que también resultan necesarios, puede que para ellxs no pero sí para nosotrxs o para la sociedad, pero como personas adultas, deberíamos ser conscientes de cuando el límite es nuestro y permitir al menos la queja, la rabia o el enfado. Un niño o niña que se queja, no es un futuro tirano ni dictador, es una persona que está formando su personalidad y su pensamiento crítico, que se está expresando.
Ni “esto es así porque lo digo yo y punto”, ni “mira cariño, ponte esta camiseta mejor que es más bonita, fíjate, es como tus zapatos… uy, la otra ya no está, se habrá escondido”. No se trata de transmitir los límites mediante el autoritarismo, la ambivalencia, la sugestión o la culpabilización, sino mediante la empatía, el diálogo, la confianza y la confrontación. Todo tiene una explicación. A veces la entenderán y otras veces sentirán rabia por no entenderla, pero si se trata de límites necesarios, llegará el día que la entiendan y nos lo agradezcan, porque poner límites es cuidar.
En definitiva, antes de decirle a un niño o niña que no a algo, deberíamos contar hasta diez, siempre que su vida no esté en peligro y pensar, ¿por qué no? Los límites necesarios son tan importantes como los momentos que no les dejamos vivir, a causa de límites innecesarios.
Lo que está claro es que alguien que normaliza y elogia el maltrato infantil, debería tener prohibido trabajar con niñxs. Ese si lo veo un límite necesario. ¡Y no exagero!
Referencias: Curso de Ecología de los sistemas humanos-Crianza Ecológica (ES.TE.R)