Vivimos en un mundo con diferentes colores, olores, paisajes, culturas, personas… heterogéneo, por suerte. Hay gente más alta y otra más baja. Pieles más oscuras y otras más claras. Idiomas diferentes y diferentes formas de hablar los idiomas. Personas que pasarían el día bailando y otras que prefieren resolver fórmulas matemáticas una y otra vez. Un bonito mundo, que nuestro sistema educativo se encarga de negar. Se busca al alumnx modelo, al que todos deben asemejarse y se les repiten una y otra vez los mismos contenidos, hasta el momento de examinarles. Y los que no llegan a la meta, quedan descalificados.
Un sistema competitivo, más que educativo. Que tiene miedo a la diversidad y a la desobediencia. Que está enfocado a resultados numéricos y calificaciones, olvidando que detrás de estos números hay personas y, que el error es el primer paso para el aprendizaje. Que etiqueta y encasilla, antes de analizar las necesidades individuales. Que habla de “fracaso escolar” como algo ajeno, sin darse cuenta de que ese fracaso, lo crea el mismo sistema.
Este blog surge de la rabia, pero sirve para convertirla en motor de cambio. Surge al ver niñxs de tres años estampando su mano en una ficha, pero cuidado, sin mancharse. Pegando gomets rojos dentro de un círculo y amarillos fuera, día tras día, porque si no lo hacen así, está mal. Realizando dibujos “libres” sin salirse del cuadrado establecido y con ceras, ni hablar de pintura plástica, que mancha y luego hay que limpiar. Niñxs de cinco años, que si no saben leer (yo diría decodificar) tienen un gravísimo problema, pues van retrasados para el nivel de la clase y deben asistir a refuerzo. Niñxs de siete años que “son hiperactivos” (el invento del siglo) y tienen que salir de clase con su profesor/a de apoyo, para no despistar a lxs demás. Adolescentes de trece años que estudian la historia, pero desde el punto de vista de los hombres, vencedores y ricos, como plantean los libros de texto. Otros, de dieciséis años, que mejor que se pongan a trabajar porque “no valen para estudiar”, según su tutor o tutora. Universitarixs como yo, que llevan toda la vida queriendo estudiar Magisterio Infantil y se dan cuenta de que su carrera ha servido, mayoritariamente, para conseguir un título firmado por el rey, puesto que las didácticas de matemáticas o lengua están muy bien, pero la inteligencia emocional, la pedagogía y la psicología, herramientas básicas para acompañar, hay que buscarlas con lupa. O mejor, buscarlas fuera de la Universidad.
Y eso fue lo que hice. A partir de mi TFG, titulado “Educar para vivir: Modelos pedagógicos basados en la libertad y la felicidad”, comenzó mi camino. Recuerdo mi primer día de carrera, cuando nos hicieron “la pregunta”. “¿Por qué queréis ser maestrxs?”. La mayoría de respuestas eran muy parecidas a “porque me gustan los niños”, cosa que no entendí. Mi respuesta fue clara, “porque me gusta aprender”. La profesora me miró, afirmó con la cabeza y entornó los ojos, preguntándome más sobre mi afirmación. Es ahí cuando supe que mi camino iba a desviarse. Actualmente me pasa lo mismo con “la otra pregunta”. “¿Por qué no opositas? Te estás cerrando puertas”. Es una pena que, algunas personas que están dentro del sistema, no entiendan que para mí es justo al revés.
Hablando de puertas, yo solo quiero que las escuelas tengan la puerta abierta a la vida, a la diversidad, a la libertad. A todos y a todas, donde cada persona forme parte de una bonita orquesta.